El rito a plena luz de la mañana.
La sangre derramada bajo el sol.
Los pájaros cantando que la tierra
se abre pare el Hades y el Seol.
La víctima callada, transparente,
acepta la navaja sin dolor.
El dios erosionado por la guerra,
los jubileos y el desasosiego;
los hijos del Señor huracanados.
La carne reencontrada con el fuego,
los cuerpos frente al ídolo de piedra;
ritual domesticado para el juego.
Los gritos, los bailes sugestivos,
la música festiva del pecado.
Los sacerdotes blancos, la cuchilla
que llora con destellos nacarados.
La luna que se bate en retirada.
La risa dolorosa de los hados.
Sentir distinto
hace pensar distinto.
Sentir hambre
de siglos,
de eones,
engendra al Abaddon.
Retumban multitud de corazones.
Los sacerdotes mueren de repente.
Los feligreses beben como fieras
la sangre de la víctima inocente.
La piedra salpicada, resentida.
El dios amedrentado, impotente.
Se esconde el sol
enceguecido.