Tu sangre melancólica. Tu muerte que otros han creído dudosa; tu muerte que conozco. Tu sangre entre mis dedos, Ofelia. Yo quise cantar para ti una canción infinita. Quise abrirte mi corazón para que vieras la herida siniestra que llevo en él, y me amaras. Se ha sepultado el nombre de un sentimiento. He criado una flor para verla caer enseguida. Yo la marchité; yo dudé. Te miré y te pensé, pero no te entendí sino hasta que no pudiste seguir soportando el dolor. Al cielo te vas, bella Ofelia, perdida en un laberinto de palabras que no se dijeron, añorando la unión profunda y agitada que nunca fue y, sin embargo, dejó de existir de repente. Te vas y toda la vida es mentira. Yo me vuelvo otra vez hacia la guerra y hacia mi destino de cuervo maligno. Sueño que, después de la muerte, alcanzaré tus manos y tu voz sin llanto, veré tu sonrisa otra vez. Fui un hombre y ahora soy la sombra de un hombre; tú, Ofelia, fuiste el último rayo de sol que vi en el mundo.
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