¿Debo confesarme? He sido ángel y demonio, como todos; quizá también tengo algo de duende, quizá algo de perro, algo de monje sagrado. ¿Qué les importa a ustedes? Yo hablo de lo que veo. Todos los días, a las siete de la mañana, me encontraba con la misma chica en la parada de bus. Casi siempre subíamos juntos, sin conocernos, pagábamos el pasaje al mismo tiempo, sin tocarnos y evitando mirarnos. Esta situación se prolongó por tres semanas, más o menos. Un día, mientras íbamos de pie uno junto al otro, cada uno mirando memes por su cuenta, el bus frenó de golpe para no atropellar a una vieja gorda, y la chica de la que les hablo no pudo evitar caer en mis brazos. Ella se sonrojó y tres veces me pidió disculpas, y alzaba la palma de la mano para clamar inocencia. Yo le respondí con indiferencia que no se preocupara, que no había problema. Hado caprichoso, quisiste que la siguiente fuera la parada habitual donde ella bajaba. Al otro día volví a verla en la parada inicial, pero ella procuró subir al bus antes; siempre subíamos atravesando una masa de obreros, colegiales, oficinistas. Ella se ubicó de pie con la espalda apoyada sobre el cristal que daba al amanecer; hubieran visto el tono que adquirió su cabello castaño… Al pasar frente a ella le dije hola; no lo pensé, me pareció natural porque la veía todos los días y habíamos cambiado la palabra una vez. Obviamente, ella fingió no verme ni oírme; me fui a sentar al fondo del bus. Y al día siguiente no la vi en el paradero. Nunca volví a verla, de hecho. Alguna vez la esperé hasta las siete y media, ocho, ocho y media, hasta las diez; daba excusas tontas para llegar tarde al trabajo; alguna vez la esperé allí desde las cinco de la mañana. Aquello se transformó en una especie de ritual que yo observaba con fidelidad, no porque estuviera enamorado, a fin de cuentas, de una extraña, sino porque me preocupaba la posibilidad de que ella se había tomado tantas molestias cambiando su ruta habitual solo para evitarme, siendo que yo no la pretendía. Es más, yo quería encontrarme con ella para demostrar mi indiferencia. Si la hubiera vuelto a ver, ni siquiera la hubiera mirado, y entonces todo hubiera vuelto a ser como al principio: los dos extraños, unidos fielmente por un contrato de absoluta indiferencia; los dos juntos apoyados contra la ventana, ella chateando con sus amigas o con su pareja; yo mirando memes, fingiendo mirar memes mientras la miraba a ella, sin tocarla, embobado en su cabellera castaña encendida por el sol.
No hay comentarios:
Publicar un comentario