Para Gustavo Conde
Porque este Dios es Dios nuestro eternamente y para siempre;
Él nos guiará aún más allá de la muerte.
(Salmos 48:14)
… Y mi ángel me encomendó este último trabajo. Bajo su influencia llegué a un país desconocido: este era un inmenso valle que comenzaba por el norte en un desierto, pero hacia el sur se tornaba verde y se llenaba de lagunas y ríos. Al principio era todo campo, campo hasta donde alcanzaba mi vista. Recorrí sucesivamente el bosque verde y azul, el bosque anaranjado fluorescente, y el bosque violeta de troncos siniestros. Al emerger de allí, después de andar cinco días, encontré una aldea calcinada. Y otra vez el campo infinito. Seguí andando durante semanas hacia las regiones frías. A pesar de la abundancia de tierra y alimento, no encontré una sola alma, sino solo ruinas y lápidas. Los bosques se volvían cada vez más pardos, luego cada vez más blancos. Más cerca del centro del valle, todo lo cubría una neblina gris. Vi restos nevados de granjas y pueblos, y cementerios; primero losas humildes dispersas entre la maleza, luego cuadras y cuadras de sepulcros y de entradas a catacumbas. Ya en el centro nevado del valle, grandes parques con mausoleos de diamante y cristal, bañados en ceniza.